martes, 24 de abril de 2007

Las viudas del narco

Las viudas del narco
por Azucena Manjarrez

Se llama Ana. Tiene 28 años. Sus medidas son 93-60-90 y hace nueve años que es viuda. Casi nadie lo imagina. En su rostro no hay huellas de dolor. Va por las calles como una adolescente sin preocupaciones.
Su cabellera negra y lacia llega hasta la cintura, justo donde se separa la blusa rosa que trae puesta, de la marca Bebe, de su pantalón de mezclilla.
Unas botas Nine West se verán más abajo. Pulseras de oro de 18 kilates con incrustaciones de diamante y una bolsa Louis Vuitton, color tinto, completan su vestimenta.
Las miradas de los hombres están sobre ella. Ana lo siente. Prende un cigarro y se acomoda en una de las mesas del Centro Comercial Forum, a donde acostumbra ir sola, porque para las compras sus hijos, Carlos y Ramón, se quedan en casa.
Se siente libre. Ella es una de las decenas de viudas que dejan los ajustes de cuentas entre los narcos en Sinaloa, donde cada año mueren entre 500 y 600 personas. Ahora disfruta de otra vida. Más lujosa y sin presiones.
Él le dejó casas, carros y joyas, pero también un sustituto: desde hace seis años Ana se juntó con Ramiro, el compadre, quien fuera el mejor amigo de su extinto esposo.
Se gasta el dinero en boutiques, salas de belleza, viajes. También se compra lujosas Hummers y Escalades, en las que recorre la capital sinaloense y Sacramento, California.
Es una mujer al más puro "Buchon’s culichi style". De las que son inconfundibles en cualquier lugar, de maquillaje fuerte, uñas largas y decoradas, cabello lacio con extensiones. La ropa ajustada es otra de las características.
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25 de diciembre de 1998
Ese día noticia la tomó por sorpresa, Carlos, su esposo, había sido ‘levantado’ por un grupo armado casi llegando al municipio de San Ignacio, donde la sangre corre con frecuencia.
Habían pasado poco más de 40 minutos desde que tomó la salida norte del puerto de Mazatlán. Lo acompañaba su compadre. El objetivo era sólo Carlos.
Los sicarios venían vestidos de judiciales. Le apuntaron en la frente. Lo hicieron bajar de su Cheyenne azul marino. Tres días después lo encontraron atado de manos, con los ojos vendados y cinco balazos de AK-47, en diferentes partes del cuerpo. Le dieron también el tiro de gracia.
Esa Navidad fue diferente. El luto empañó la fiesta.
Ahora el compañero de Ana sólo recuerda que dos carros se les atravesaron en la carretera y los hicieron bajar. 'Tú no nos interesas', le dijo uno de los empistolados. Se llevaron a Carlos.
"Yo sentí mucho miedo, ni tiempo de sacar la pistola nos dio. Miré cómo mi compadre se puso amarillo. Él era impulsivo, de armas tomar y pensé que no se detendría pero al ver que nos cerraron el paso no hubo de otra", cuenta Ramiro.
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28 de diciembre de 1998
La noche era nublada. En el poblado de Carlos no hubo balazos. Los “cuernos de chivo” al marcar las 12:00 horas, no se escucharon. Esperaban la noticia. En estos casos las cuentas del narcotráfico se cobran y caro.
A partir de entonces para Ana fue como mirar una película en sepia, sólo por unas horas. A las 10:00 de la mañana le avisaron del hallazgo. Ya lo presentía. El mundo se le vino encima.
La buena posición de la que gozaban en esos momentos la adoptó Carlos 10 años atrás, al empezar a trabajar con el cartel de Tijuana. Ahí era considerado un buen elemento y su función era conectar a los compradores de droga para el narcomenudeo.
Entre Los Ángeles, Mazatlán, Culiacán y San Ignacio estaban sus clientes. Todo marchaba bien hasta que mermaron sus tratos con los Arellano Félix.
La situación se dio antes de que Ramón fuera asesinado, el 10 de febrero de 2004, en plena fiesta carnavalera de Mazatlán y Benjamín, su hermano, fuera encarcelado meses después en un departamento de la capital poblana. Algo no salió bien y ellos mismos lo mataron. Se cayó el negocio y su vida también.
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30 de diciembre de 1998
Era un día nublado. La canción “El puño de tierra” con una banda en vivo se repetía una y otra vez. El cuerpo de Carlos recorría por última vez las calles que de niño pisó, la tierra que algún día comió.
Lo llevaban dentro de un féretro de cedro sobre una camioneta Silverado roja conducida por su compadre. Él también lloraba y se consolaba con una botella de Buchanans.
Ana estaba desconsolada. Se apoyaba en su suegra, Martha, quien durante dos años consecutivos había sufrido la pérdida de un hijo y un sobrino, en situaciones similares.
"Sí me dolió mucho su muerte, mis hijos lo sufrieron. Pero hay que pensar que con lo que nos dejó no podría darles el mismo tipo de vida a mis hijos. Mi compadre no me gustaba desde antes, pero al verme sola, las cosas se dieron", relata.
"Quizá lo que me dejó él me hubiera servido para pasarme unos tres años bien y tendría que empezar a vender propiedades. Yo no estudié carrera, me quedé hasta la prepa, ¿qué haría?. El narco no me interesa, es mucho riesgo".
Cuando cayó el último puño de tierra sobre el féretro, Ana selló su vida con Carlos. Desde entonces no ha vuelto al cementerio. Martha, su suegra la acusó de ser una puta por irse a vivir con el compadre.
"Estuve un mes viviendo con mi suegra, vimos lo que dejó mi marido. Le hicimos una gran tumba y me regresé a Sacramento, donde teníamos una casa. A la vuelta de ahí vivía mi compadre con mi comadre", dice.
"No sé bien qué tipo de relación tenían, pero él nos apoyó en todo momento para saber quién le debía dinero a Carlos, sus propiedades y pues las cosas se dieron. Creo que sí soy feliz".
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19 de febrero de 2007
Ana es feliz. La cajetilla de cigarros se ha terminado. Ahora le preocupa comprarse un par de pantalones y blusas en la tienda de la marca Pavi, ahí en la segunda planta del centro comercial.
"Yo no me siento culpable, al contrario, creo que fue la mejor decisión que he tomado en mi vida, si no imagínate, qué hubiera hecho yo con mis hijos. Ahorita tienen 8 y 6 años y son felices", resalta.
Ella deja caer su mano sobre la mesa y cuestiona, ¿cuántas no quisieran mi suerte?
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16 de Febrero de 2006
La historia de Carmen es diferente. Ella y sus dos hijas tocaron el cielo con la fortuna que amasó Luis como trabajador del Joaquín Loera, alias "El chapo Guzmán". Desde hace un año tocan el infierno.
Ella era maestra de primaria titulada y se había retirado porque no le hacía falta el dinero. Rocío y Marcela estudiaban en el Colegio Sinaloa, se paseaban en los carros lujosos de su padre. Vestían como niñas bien.
Ahora, ella tiene doble plaza como docente de tercer grado, en una comunidad cercana a la ciudad; Rocío, de 19 años, está casada con un ex colaborador de su padre, tienen un hijo y le emociona que su marido tenga tratos con "El chapo Guzmán".
En cambio Marcela, de 17 años, todavía llora la muerte de su papá. Estudia segundo año, en el Colegio de Bachilleres número 26 y no le llaman la atención las camionetas ostentosas, ni los narcojuniors.
Para ellas la noticia fue impactante. Sabían que Luis le hacía a los negocios sucios, pero no para que lo mataran. Su cuerpo fue encontrado con un balazo en la espalda y el tiro de gracia, amarrado y torturado, en la cajuela de un Nissan Sentra blanco.
En dos días no habían sabido nada de él. Lo buscaron inútilmente, hasta que el 16 de febrero de 2006 las despertó la noticia, en las afueras de un centro comercial, un auto despedía olores fétidos. Lo abrieron y ahí estaba el cuerpo de Luis.
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16 de Febrero de 2006. 20:00 horas
La funeraria San Martín lucía llena. Carros de todo tipo, lujos y colores. Era un narco de mediana estatura pero los jefes, para quienes trabajaba desde su juventud, lo apreciaban.
Luis a los 19 años ya sabía contactar personas para hacer negocios sucios y apuntar una pistola si se le presentaba la ocasión.
Podían derrochar dinero cada que se concretaba un negocio, algunas veces sucedía cada dos meses, otras hasta seis. Eso les permitía viajar, tener una casa lujosa en una privada de Culiacán, comer en restaurantes. Todo dependía de los tratos.
Las cuentas en el banco crecían pero no de manera desmesurada, ellos gastaban sin prever el ahorro ni el futuro. Aplicaban el dicho más vale vivir cinco años como rey, que 50 como buey.
"La verdad nunca pensé que lo fueran a matar, no ahorramos lo suficiente, sólo disfrutamos. Tuve que ponerme a trabajar para sacar a mis hijas adelante, a los meses, mi hija mayor se casó con Jorge, tienen un niño de un año", refiere.
"Nunca tuve temor, ni lo tengo ahora en la vida de mi hija, todos tenemos nuestro destino marcado y si ella está disfrutando del dinero ahorita y nos ayuda un poco, qué bueno. Le aconsejo que ahorre, no vaya ser que lo maten también".
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18 de febrero de 2007
La ropa que ahora usa Carmen no es de marca. Trae puestos unos pantalones de mezclilla deslavados, zapatos negros, un poco terrosos y una playera ajustada.
"A los días de su muerte, la verdad es que no teníamos ni qué comer, saqué ropa nueva que tenía en el clóset, perfumes, joyas y la fuimos pasando hasta que conseguí acomodarme en la primaria", recuerda.
"Sigo estando triste, lo extraño pero también esa vida que nos dábamos. De eso hay sólo recuerdos, fotografías de esa buena fortuna. Estamos solas, no nos queda más que visitarlo al panteón y rezarle mucho".
Carmen tiene pocos minutos para hablar, el timbre para entrar a su segundo turno está a punto de escucharse.
"No puedo borrar la imagen de mi marido de la cabeza. Tan lindo estaba ahí dentro de esa caja de muerto con un tiro en la frente, le sigo llorando y aunque no vivamos como reyes, creo que la vida nos reconfortará de esta pena".
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18 de enero de 2007
A seguir el negocio. No se agüite mija, usted no volverá a sufrir pobreza. Todo lo que mi hermano le dejó será suyo.
Esa es la voz de José, hermano de Martín, un narcotraficante de un poblado cercano a Culiacán, quien junto con un amigo fue acribillado de cinco balazos en el cuerpo, por judiciales, dialogando con Rosa, la viuda.
Era un capo de altura, más de 100 jóvenes estaban a su servicio, controlaba la mayoría de las rancherías de Sinaloa. Cada año sembraba cientos de toneladas de mariguana.
El respeto se lo había ganado a pulso. De ser un simple mandadero de los 'jefes' se convirtió en socio mayoritario. Se movía con soltura.
Las diferentes corporaciones policíacas estaban de su lado, pero desde la llegada del Ejército a Sinaloa la situación se complicó. Uno que otra autoridad cambió de postura.
El día de su muerte pretendía sacar de la cárcel de La Cruz, Elota, a dos de sus compañeros, que habían sido sorprendidos en un sembradío.
No hubo trato y abrió fuego contra cuatro policías. Uno de ellos era su amigo.
Junto con Lucio salió del lugar a todo motor. Fueron sorprendidos por una cuadrilla de policías del sector. Se dio una persecución policíaca, en la que Lucio recibió un impacto de bala, en el brazo.
Ahora el destino era buscar un médico, pero con la presión de las autoridades siguiéndolos, sólo alcanzaron a llegar a El Salado, ubicado 30 minutos antes de llegar a Culiacán.
Ahí los bajaron y los mataron a sangre fría. El móvil contado por los medios locales fue diferente.
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19 de enero de 2007
Cinco días habían pasado de aquella fiesta de bautizo del hijo único de Martín.
Los Canelos de Durango, Los Invasores de Nuevo León, Ramón Masiaca, la Banda Hermanos Meza y muchos más amenizaron el jolgorio. Amaneció y las botellas de vino y cerveza, y los platos de comida seguían circulando.
Era la casa más grande y lujosa del pueblo. Martín era un ejemplo de que los buenos negocios suben como espuma el honor, la calidad de vida y los sueños.
"Mi hermano era tranquilo, la gente lo quería mucho, era bondadoso, la mayoría de la gente del pueblo vivía gracias a él. Esos pinches policías le pagaron mal. Ya tenía días que una camioneta rondaba la casa y eso lo inquietó", recuerda José.
"Por eso Martín andaba bien armado; bombas, bazukas, AK- 47, de todo, era cuestión de morir o vivir. La mala suerte los alcanzó pero esto no quedará así".
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20 de febrero de 2007
Él ya está en el cielo.
"Mi hermano descansa en paz, la vida sigue y el negocio también. Mi cuñada estaba enterada más que yo de todo, de cómo se movía el asunto. Seremos un apoyo y no dejaremos caer la dignidad de mi hermano", asegura José.
Rosa, su esposa y hoy viuda, está enojada. Le duele la muerte de Martín.
"Quienes mataron a Martín se arrepentirán toda su vida. No debieron matarlo, las cuotas que él les daba de manera semanal eran grandes. Eso fue un dedo, de alguien que les llegó a un precio más alto", sentencia.
"Estoy muy dolida, más porque mi hijo está muy chiquito, teníamos tres años de casados. No me da miedo entrarle al negocio, me da más miedo quedarme sin nada. Fui muy pobre pero con él conocí la riqueza. No quiero cambiar mi historia".
Recargada en uno de los muros de mármol de la tumba de Martín, Rosa reclama: "Él no está muerto, sigue conmigo. La gente buena no puede morir así, eso es una injusticia".
Evita derramar algunas lágrimas, su rostro se enrojece y suspira.
"Mi idea no era meterme en esto pero lo voy a tener que hacer, hay mucha inversión ya. Esperaré que se vaya el Ejército para definir lo que haré. Sería una tonta si dejara que todo esto se cayera", asegura.
A diferencia de las demás ‘buchonas’ Rosa viste sencilla, se limitada a un pantalón, blusa, zapatos marca equis. Los compró en una venta de saldos, en el último viaje que tuvo con Martín a California.
“Me gusta ser lo más sencilla posible, así era él. Su clave era pasar desapercibido para la gente. No sé si me compre otro tipo de ropa para imponerme ante los hombres. Ahorita estoy muy triste”.
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22 de febrero de 2007
Los diarios de hoy han publicado la noticia. Está en primera plana y con letras rojas, para que resalte. Por una de las calles de Culiacán han matado a dos hombres. A uno lo han dejado como “coladera”. Rafagueado con “cuernos de chivo”. La gente se arremolina curiosa. Los policías lidian con los morbosos de ocasión.
Los guardias y el agente del Ministerio Público hacen como que investigan y recogen evidencias que seguro no saben ni qué son. Lo hacen porque los reporteros de la lente sacarán las imágenes y tal vez las vea el Procurador.
Entre la gente se abre paso un mujer joven de ajustados pantalones. Grita, patalea y gime.
El muerto es su esposo. Le recuerda a sus hijos, que hoy han quedado huérfanos. Le jura que no volverá a casarse con nadie más.
'Me harás mucha falta', le dice, luego desfallece y alguien la ayuda. Una vida llegó a su fin, es a su vez el comienzo de una nueva historia. De esas que nacen, mueren o crecen a diario.
Otra viuda aún no sabe que lo es. Lo sabrá horas después. A su marido lo encontraron encajuelado, a unos metros del Aeropuerto Internacional de Culiacán. Estaba atado de píes y manos y envuelto en un cobertor.
Es apenas febrero acá en la capital del estado y la muerte ha dejado más de 50 viudas. Es febrero y hay violencia, huérfanos y mujeres sin maridos. Son las viudas del narco, no cualquier viuda.

Azucena Manjarrez.- Pensar en uno mismo no es difìcil para mi soy alegre y sangrona a la vez, claro, sólo con quien así debo serlo. Me gusta leer, aunque a veces no tengo mucho tiempo, me agradaba la danza, ya no porque renuncié a ella, la música, el cine y escribir, son algunas otras cosas que me entretienen. Disfruto conocer nuevas historias, lugares y platicar y pensar que cada día será un misterio.

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