Culiacán, Sin. Febrero del 2007.
Puras mujeres bravas
Por Marisa Pineda
Sonaron siete balazos, Camelia “La texana” mataba a Emilio Varela porque la botó por la dueña de su vida. Desde ahí ya nada fue igual. La historia de amor y desamor del par de contrabandistas es un parteaguas en los corridos. Atrás quedaban las mujeres resignadas para dar cabida a las entronas, a las fieras que no se andan con cosas, esas cuyas hazañas, a la vez de demostrar que también las mujeres pueden, producen millonarias ventas que las listas de éxitos no registran. Ventas que en Culiacán, el último mes, han caído 80 por ciento a causa de la entrada del ejército.
Al noroeste de México se encuentra Sinaloa, “líder nacional en alimentos” reza la frase que acompaña la imagen institucional del gobierno estatal. Bañado por el Océano Pacífico, colindando con Nayarit, Sonora, Durango y Chihuahua, Sinaloa es el estado mexicano con más importancia agrícola, el que tiene la mayor flota pesquera y el que, tan sólo en el 2006, aportó a las estadísticas 602 muertos por ejecuciones relacionadas con el narcotráfico, de ellas la mitad ocurrió en Culiacán, su capital.
Cuentan las historias que durante la Segunda Guerra Mundial vino a Sinaloa gente del Gobierno del presidente norteamericano Franklin Roosevelt, a promover la siembra de mariguana y amapola para enviarla a los soldados en guerra. La guerra se acabó pero la producción siguió. En los años 70, la flor de amapola que adornaba jardines y camellones de Culiacán fue arrancada de tajo, el combate a las drogas arrasaba así con lo que hasta ese momento era uno de los remedios más socorridos por madres y abuelas para el eficaz combate a la tos. Las calles de la ciudad se convirtieron en escenario para ajustes de cuentas entre los entonces llamados despectivamente “gomeros”. El repertorio musical cambió y aquellos hechos sangrientos se plasmaron en corridos. A la radio llegó “Contrabando y traición”.
Oriundo de Chihuahua, el compositor Ángel González escribió la canción allá por los años 60, grabándola en esa época el mariachi Joe Flores, artista con cierta popularidad en la región de Los Ángeles, California. Fue hasta 1972 cuando el incipiente grupo sinaloense Los Tigres del Norte la retomó, catapultándolos al éxito. De la pieza existen ahora incontables adaptaciones, incluso hasta en rock. Ángel González tiene una producción que rebasa las 500 canciones, “Contrabando y traición” es su único corrido que habla de drogas.
Con Camelia surgieron las versiones; que si era de Sinaloa, que si de Michoacán, algunos presumían conocerla y otros más compartían el secreto a voces de que estaba refugiada en la colonia Tierra Blanca, el suburbio más sangriento del Culiacán de entonces. En las fiestas y en la radio cada vez más mujeres pedían sin recato el rebautizado “Corrido de Camelia la Texana”. Hubo quienes ya no se conformaron con ser esposas, novias o amantes de “gomeros” e incursionaron en “el negocio” -como comenzaba a llamársele al narcotráfico-, sino a protagonizar sus propios corridos. A la par, surgían otras que empezaban a cantar los hechos de los mafiosos. La música fue el escenario para la armoniosa convivencia de aquellas mujeres bravas.
De Rosita Alvírez a Sandra Ávila
Año de 1900, en un barrio de Saltillo, Coahuila. Rosita Alvírez, hermosa, coqueta, gustosa de los bailes, se fue a un jolgorio ignorando las recomendaciones de su madre. Hipólito fue a esa fiesta y a Rosa se dirigió, como era la más bonita Rosita lo desairó y hasta ahí le llegó el corrido (como suele decirse en Sinaloa para referirse al fin de la vida). Hipólito sacó su pistola y no más tres tiros le dio. No más uno era de muerte.
A orillas del Río Bravo, en una hacienda escondida, Laurita mató a su novio porque ya no la quería y con otra iba a casarse nomás porque las podía. Laura Garza, la maestra de la escuela, se entregó a su novio Emilio Guerra. El tipo le salió con que ya tenía novia (Estela) pedida en matrimonio y su amor se había acabado; ella no aguantó el dolor de la vergüenza y la traición, de su abrigo sacó una escuadra cortita, con ella le dio seis tiros, luego se mató Laurita.
Las mujeres en los corridos terminaban inminentemente muertas. Sus intentos por rebelarse al destino eran castigados con la tragedia. Salvo en las canciones surgidas en la Revolución Mexicana (en 1910), donde la bravura de las soldaderas era premiada con la admiración y el amor de sus hombres, en todas las demás estaban destinadas a un sangriento final.
Eso venía desde “La Delgadina”, el romance español convertido en corrido, cuenta la historia de una niña abusada por su padre, que termina muerta de sed. La cama de Delgadina de ángeles esta rodeada. La cama del rey su padre de demonios apretada.
La historia fue así hasta la llegada de Camelia y con ella la advertencia: una hembra si quiere a un hombre por el puede dar la vida, pero hay que tener cuidado si esa hembra se encuentra herida. Igual a Laurita Garza, Camelia mató a su amante; a diferencia suya de Camelia nunca más se supo nada.
Enseguida llegaron Margarita la de Tijuana, Carmela la michoacana y Josefa la canadiense; la primera de nuevo en voz de Los Tigres del Norte, las otras dos con La Banda del Carro Rojo de los Hermanos Quintero.
De las alusiones a los lugares de origen se pasó a la moda de los vehículos; “La dama de la Suburban”, “La dama del Montecarlo” y “La camioneta gris” que traían bien arreglada Pedro Márquez y su novia.
Todas tenían un común denominador: eran bellas, bravas, hábiles para burlar a las corporaciones policíacas de México y Estados Unidos. Implacables con sus enemigos, no se tentaban el corazón para mandar matar a sus contrarios o liquidarlos ellas mismas.
Los años 80 y los 90 atestiguaron el éxito de las mujeres en la mafia. Ya eran muchas y Francisco Quintero, compositor de Los Ángeles, California, fue el primero en reconocerlo en “También las mujeres pueden” y además no andan con cosas. Cuando se enojan son fieras, esas caritas hermosas. Y con pistola en la mano, se vuelven repeligrosas. La canción la grabaron Los Tigres del Norte, en 1992, y fue un éxito. Seis años después, Jenny Rivera haría lo mismo.
Jenny Rivera dio voz a “Las chacalosas”, mafiosas de prosapia que reconocen Soy hija de un traficante, conozco bien las movidas, me críe entre la mafia grande. De la mejor mercancía me enseñó a vender mi padre.
El siglo veintiuno trajo consigo los corridos de las sinaloenses Enedina Arellano y Sandra Ávila Beltrán. Explosión Norteña canta cómo Enedina Arellano Félix tuvo que hacerse cargo del Cártel de Tijuana, a la muerte y encarcelamiento de sus hermanos Ramón y Benjamín. Los Tucanes de Tijuana cuentan como la astucia y el arrojo de Sandra Ávila la han llevado a controlar el lavado de dinero, desde Jalisco hasta Sonora y al sur de California, Estados Unidos. Ese control de la zona le ha ganado el apodo de “La reina del Pacífico”.
Si se pregunta a cualquier vendedor de discos, en los mercados de Culiacán, cuál es el corrido más nuevo de mujeres mafiosas, la respuesta es unánime: “el de La reina del Pacífico, con los Tucanes”. Por ciento veinte pesos, la más reciente historia musical de narcas es suya.
La ficción apunta al norte
El periodista y escritor español Arturo Pérez Reverte ha dicho que su novela La reina del sur se inspiró en el corrido de “Camelia la texana”, y que el personaje principal, Teresa Mendoza, surgió al ver a las muchachas que venden dólares en Culiacán.
En el cuadro comprendido entre las calles Juárez, Hidalgo, Galeana y Granados se encuentra “El mercadito”. Cual camaleón una placa se pierde entre anuncios, en ella se lee: Centro Comercial Rafael Buelna. Fundado en 1962. La gente le puso el diminutivo para diferenciarlo del Mercado Garmendia, el “Mercado grande” de la capital.
“El mercadito” ofrece una amplia gama de artículos. La oferta brinca de las frutas y verduras frescas a las alhajas; de los productos típicos de la región a la ropa de diseñador (Moschino, Louis Vuitton, Versace); de las tortillas a las botas y cintos de pieles exóticas, con precios que alcanzan cifras de cuatro ceros.
También están las tiendas que venden todo el equipo pa’ la siembra de la manzana, como eufemísticamente llaman al cultivo de enervantes: fertilizantes, aperos de labranza, mangueras, chalecos de camuflaje, cuatrimotos. Todo listo, nada más para poner las semillas.
En la calle Juárez, están las dolareras. Decenas de jovencitas de cuerpos curvilíneos, sin necesidad de gimnasio o cirugía. Todas traen pantalones, ajustadísimos, de mezclilla azul, blanca y negra, cual si fueran los colores oficiales. El pelo largo en rubio clarísimo o negro oscurísimo va lacio, -lacio baba, dice una-. El maquillaje es sobrecargado en ojos y labios. Las blusas entalladas y escotadas. Aretes, cadenas y pulseras de oro son de rigor, al igual que uñas falsas con decorados en pedrería -suaroskis, corrige la chica-. Calculadora en mano y una bolsa a la cintura –can-gu-re-ra, deletrea impaciente- completa su atuendo de trabajo, en ella esta la mercancía –puro billete verde- dice socarrona.
Como música de fondo se escuchan los corridos que salen de una de las tiendas de discos, imponiéndose al ruido vehicular.
- ¿Conoces el corrido de “La reina del sur?”
- ¡Claaaroo!
- Teresa Mendoza era “dolarera” como tú.
- Sí, yo no la conocí pero otras sí, dicen que ni era tan bonita. Bonitilla sin mucho chiste.
- Tú ¿cómo te llamas?
- ¡Ay! No, para qué quiere saber (sonrisas nerviosas y gesto que empieza a ponerse adusto)
- Nomás, para un trabajo que estoy haciendo.
- ¡Ay!, pues póngale como quiera.
Levanta la calculadora, en esta calle, sinónimo de dólar. Fin de la plática. Regresa a lo suyo olvidándose que de su cuello, entre un par de cadenas de oro trae otra con una placa que dice Yamileth.
No dio tiempo de decirle que cuando le cuenten que conocieron a Teresa Mendoza les aclare que no existió. Que cuando un escritor oyó el corrido de “Camelia la texana”, cantado por los Tigres del Norte, le surgió la idea e hizo La reina del sur y que a su vez el grupo le correspondió grabando un corrido al personaje.
No hubo oportunidad de decirle que Ángel González escribió “Contrabando y traición” inspirado por una amiga suya, llamada Camelia, y por Emilio Varela, su cuñado, que no la conoce. La musa, para colmo, ni vive ni vivió en Texas, sino en Los Ángeles, California.
No hubo forma de contarle que todo lo que dice “Contrabando y Traición” sólo ocurrió en la imaginación del compositor; que Margarita la de Tijuana, Carmela la michoacana, Josefa la canadiense y las damas de la Suburban y del Montecarlo tampoco existieron y sus autores las crearon , para aprovechar el éxito de Camelia.
Ni cómo platicarle que “Las monjitas” (dos muchachas autoapodadas Sor Juana y Sor Presa, vestidas de monjas, pasaban cocaína por California, diciendo que era leche en polvo para un orfanato) son un invento del compositor Francisco Quintero.
Autor igualmente de También las mujeres pueden, Quintero le aclaró al escritor y músico estadounidense Elijah Wald (para su libro Narcocorrido) que nada de lo que dice esta canción sucedió. Wald cita en voz de Quintero: “No, no, todo lo que yo hago es ficticio. Yo no me rozo con esa gente, porque rozarse con esa gente es peligroso”.
También las mujeres pueden comienza: En el Restaurant Durango, de la Puente, California, tres muchachas esperaban, procedentes de Colombia. Ahí quedaron de verse con las dos de Sinaloa. Excepto el Restaurant Durango, en el resto de toda la letra se sacrifica la verdad en aras de la rima.
El 2002 fue el año de “La reina del sur”. La novela y el corrido del mismo nombre tomaron por asalto librerías y discotecas. Por ese tiempo, el nombre de la sinaloense Sandra Ávila Beltrán saltaba a las páginas de los periódicos. Señalada como pieza clave en las redes del narcotráfico, citaban que el fuerte de sus negocios era el lavado de dinero y el control de las vías marítimas, para el tráfico de drogas de Colombia a Estados Unidos. Esta coincidencia con Teresa Mendoza bastó para que el imaginario popular hiciera el resto.
Las noticias sobre el poderío de Sandra Ávila parecían rebasar la ficción, hubo quienes dudaron de su existencia. Me gusta escuchar consejos, pero no me manden nada, cuando algo me sale mal, a mi nadie me regaña, canta su corrido.
El 6 de octubre del 2002, la Procuraduría General de la República (PGR) emitió el boletín 904. Consignaba la detención, en el aeropuerto de la capital mexicana, de las colombianas Martha Lucía Riveros y Liliana Bustamante Trujillo. Las empleadas de Sandra Ávila transportaban dos millones de dólares en sus maletas. Tras la detención la PGR aseguró 225 propiedades (casas, predios y empresas) de Sandra Ávila Beltrán, “quien también se hace llamar Sandra Ávila López, Sandra Luz Arrollo Ochoa, Karla Orozco Lizárraga, Andrea Medina Reyes o María Luisa Ávila Beltrán”. Buscada por la justicia de México y de Estados Unidos, esta sí resultó de verdad.
También de verdad es Enedina Arellano Félix. El 3 de febrero del 2007, el diario El Universal publicó el artículo Las mujeres de la mafia, escrito por Humberto Melgoza Vega, ahí asienta que, licenciada en economía, “Enedina Arellano, junto con su hermano Eduardo, médico cirujano de profesión, tuvieron que hacerse cargo de las operaciones del cártel no tanto por voluntad propia, sino más bien obligados por las circunstancias”.
Dicen los que dicen saber que en la familia Arellano Félix el nombre de Enedina se repite en todas las ramas del árbol genealógico. De ser cierto serían muchas Enedinas, como cierto es que en Sinaloa hay tantas verdaderas historias sobre el narcotráfico y sus protagonistas, como número de habitantes.
La otra lista de éxitos
Con su disco “Que me entierren con la banda” Jenny Rivera saltó a los primeros lugares en las listas de éxitos. La producción, del sello Fonovisa, contenía “También las mujeres pueden” y “Las chakalosas”; esta última, autoría de la propia intérprete, parece ser el primer corrido escrito por una mujer sobre las mafiosas.
Hija del cantante y productor musical Pedro Rivera. Hermana del también cantante Lupillo Rivera. Jenny estaba a punto de renunciar a su carrera artística, tras cinco discos que pasaron sin pena ni gloria, según ha contado su papá en diversas entrevistas.
Que me entierren con la banda, el álbum de despedida se convirtió en el principio de su triunfo. Hoy en día, los anunciadores la presentan como La primera dama del corrido.
Administradora de empresas, licenciada en bienes raíces, Jenny Rivera es, a decir de su padre y productor “la mujer que está vendiendo más discos”. Víctima de violencia doméstica, la también apodada Diva de la banda se declara una defensora de las mujeres. Audaz, ha grabado temas como “Parrandera, rebelde y atrevida”, “La socia” y “Se las voy a dar a otro”, pero son sus corridos a las mujeres de la mafia los mayores éxitos.
¿Jenny Rivera?. ¡Aah! Ella es palabras mayores, dice el encargado de una de las tiendas de discos de “El mercadito”.
Toma en sus manos uno de los compactos abiertos y aparece una foto de la Rivera con un traje que se advierte fino. Su sonrisa pícara y mirada coqueta suavizan la pistola que trae en mano.
- ¿Es la única que canta corridos de narcos?
- De narcos no, pero de narcas creo que sí. No hay muchas. Están Las palomas, el Dueto Río Bravo, Las Flores, Las Jilguerillas y Las Espuelas (puros duetos) y ya.
- Ellas no componen de narcos, no más cantan. La única cantautora de malandrinas es Jenny.
De enero del año 2000 a enero del 2007 murieron en Sinaloa 223 mujeres por causas dolosas, de acuerdo a cifras de la Procuraduría General de Justicia del Estado, del Centro para la Prevención y Atención de la Violencia Intrafamiliar y de los diarios locales. El número es impreciso, pero autoridades estiman que casi la mitad de los asesinatos se relaciona con el narcotráfico. Ellas todavía no tienen corridos.
Las cantantes de corridos perrones (como popularmente se les dice aquí a los narcocorridos) rebasan la decena de producciones en su trayectoria. Rara vez actúan en vivo y cuando lo hacen es en bailes alternando con grupos de mayor renombre. Sus grabaciones son para sellos regionales. No cuentan con el respaldo mercadotécnico de las transnacionales y se les nota, aunque no en lo que a cosechar ingresos se refiere.
En otra tienda, una señora, ya entrada en años, de pelo corto pintado en un tono rubio casi naranja, abre la vitrina de los discos a la vez que aclara “nada más tenemos dos de Las Jilguerillas, los demás están agotados”. Entrega una pieza y pide espéreme aquí, voy a la bodega a ver si me queda uno que trae puros corridos.
Confiando en la honradez del cliente, sale y lo deja solo en el lugar. A los minutos, un hombre se acerca, él también atiende aquí. Atento, escucha lo que busca el comprador. Hurga entre una pila de compactos, saca un paquete con tres discos de Las Palomas.
-Estas también son muy buenas, pero no tan conocidas como Jenny. De ellas no se sabe mucho. Son populares entre otra gente, no se si me entiende.
En lo que la vendedora del pelo casi naranja regresaba, su relevo tomó la plática:
-Todas estas (cantantes) son de aquí de Culiacán o de lugares circunvecinos. Venden mucho, muchísimo.. No les darán discos de oro o reconocimientos, pero ¡ah como venden! Ahorita, por ejemplo, de Las Jilguerillas nada más nos quedan dos discos y de Las Palomas este paquete. Del Dueto Río Bravo hay uno y de las otras nada, agotado. Están los (discos) de Jenny, pero es aparte, son compañías grandes. Éstas están con unas chicas, pero en ventas van parejas.
- ¿Cómo cuanto son muchos discos?
- Imagínese. Aquí traen diez mil y se acaban, más los que llevan a otros puntos de la ciudad, del estado, de Michoacán, Jalisco y todo el norte de México. Aparte lo que va a Estados Unidos, Los Ángeles, Chicago, la raza que está en Nueva York, todo se vende. Algunos discos ya no se encuentran y hay quienes ofrecen lo que les pida por ellos, porque traen algún corrido que les interesa en especial, o vaya usted a saber.
La industria discográfica se queja mundialmente de la piratería, pero aquí las mermas nada tienen que ver con falsificaciones. Aquí las ventas las tumba el ejército.
Desde su campaña, el presidente mexicano Felipe Calderón le declaró la guerra al narcotráfico; al llegar al Poder, a través del Ejército, implementó operativos en el estado de Michoacán, así como en las ciudades de Tijuana, Baja California, y Monterrey, en Nuevo León. Sinaloa no estuvo exento y también arribaron los convoyes de soldados, hace aproximadamente un mes.
En lo que pudiera parecer una contradicción, el vendedor lamenta que de Sinaloa la cara del narcotráfico interese más al exterior, pero también suelta la retahíla:
- Desde que llegó el ejército las ventas han caído como el 80 por ciento. Antes, diario llegaban aquí mínimo 35 Hummers, contaditas. En un día malo sacábamos 300 discos. Ahora no ve ni una Hummer, ni Escalade ni nada de eso, porque la gente “pesada” (la importante) anda en puro carrito chico, en bajo perfil. Así les pasan por las narices y ni quien les haga nada, a menos que sea consigna, eso ya se sabe. Y es que Calderón quiere quedar bien con los gringos, con los Estados Unidos. Se puso a destruir sembradíos sin haberle dado antes opciones a toda esa gente que se quedó desempleada. Esto se va a poner muy feo porque esos se van a ir a las gavillas, a los secuestros, a robar. Están acostumbrados a otros ingresos, a otros valores, y cuando no tengan dinero van a bajar a la ciudad, como quien sale a buscar alimento. Calderón no vio eso. Rompió el equilibrio.
La señora regresa con el prometido disco en mano. Era el último, lléveselo porque no lo encuentra fácil, es el de “Corridos Calientes” con Las Jilguerillas. Doce corridos de narcos. ¿Cómo dejar pasar la irrepetible oportunidad?
Dos señoras, como de 40 años, con vestidos color rosa con dorado, muchas cadenas y grandes arracadas de oro sonríen en la carátula. Son Imelda y Amparo, así, sin apellidos. En la tienda, para antojar al cliente, el vendedor había puesto en el estéreo algo de ellas, del Dueto Río Bravo y de Las Palomas. Todas tienen voz nasal, incluyendo a la Rivera, pareciera que es la tesitura ideal para cantar narcocorridos.
Ya fuera de la tienda llama la atención la ausencia de camionetas lujosas en estas calles, por las que diario transitan decenas, quizás cientos, de vehículos, cuyo valor en las agencias se dice en dólares.
De la discoteca se alcanza a escuchar el canto de una mujer: Adiós les dicen, las chakas se van para Culiacán, o con rumbo pa’ Durango, tal vez para Michoacán, de dónde son éstas morras, la verdad no la sabrán.
Marisa Pineda.- Es del mero Sinaloa. Fanática de la lucha libre. Adicta a los chocolates. Le gusta el café, la comida chatarra, las flores, el vino blanco, leer, la música y los viernes. También ver televisión; los programas policíacos, de asesinos seriales y las caricaturas (Don Gato y Los Simpson) están en sus favoritos. Del cine prefiere las películas bobas con final feliz, las de Mauricio Garcés, las de Pedro Infante y la trilogía de El Padrino. Cree en la reencarnación y en el poder de la fe. Es totalmente neurótica y peligrosamente despistada.
Puras mujeres bravas
Por Marisa Pineda
Sonaron siete balazos, Camelia “La texana” mataba a Emilio Varela porque la botó por la dueña de su vida. Desde ahí ya nada fue igual. La historia de amor y desamor del par de contrabandistas es un parteaguas en los corridos. Atrás quedaban las mujeres resignadas para dar cabida a las entronas, a las fieras que no se andan con cosas, esas cuyas hazañas, a la vez de demostrar que también las mujeres pueden, producen millonarias ventas que las listas de éxitos no registran. Ventas que en Culiacán, el último mes, han caído 80 por ciento a causa de la entrada del ejército.
Al noroeste de México se encuentra Sinaloa, “líder nacional en alimentos” reza la frase que acompaña la imagen institucional del gobierno estatal. Bañado por el Océano Pacífico, colindando con Nayarit, Sonora, Durango y Chihuahua, Sinaloa es el estado mexicano con más importancia agrícola, el que tiene la mayor flota pesquera y el que, tan sólo en el 2006, aportó a las estadísticas 602 muertos por ejecuciones relacionadas con el narcotráfico, de ellas la mitad ocurrió en Culiacán, su capital.
Cuentan las historias que durante la Segunda Guerra Mundial vino a Sinaloa gente del Gobierno del presidente norteamericano Franklin Roosevelt, a promover la siembra de mariguana y amapola para enviarla a los soldados en guerra. La guerra se acabó pero la producción siguió. En los años 70, la flor de amapola que adornaba jardines y camellones de Culiacán fue arrancada de tajo, el combate a las drogas arrasaba así con lo que hasta ese momento era uno de los remedios más socorridos por madres y abuelas para el eficaz combate a la tos. Las calles de la ciudad se convirtieron en escenario para ajustes de cuentas entre los entonces llamados despectivamente “gomeros”. El repertorio musical cambió y aquellos hechos sangrientos se plasmaron en corridos. A la radio llegó “Contrabando y traición”.
Oriundo de Chihuahua, el compositor Ángel González escribió la canción allá por los años 60, grabándola en esa época el mariachi Joe Flores, artista con cierta popularidad en la región de Los Ángeles, California. Fue hasta 1972 cuando el incipiente grupo sinaloense Los Tigres del Norte la retomó, catapultándolos al éxito. De la pieza existen ahora incontables adaptaciones, incluso hasta en rock. Ángel González tiene una producción que rebasa las 500 canciones, “Contrabando y traición” es su único corrido que habla de drogas.
Con Camelia surgieron las versiones; que si era de Sinaloa, que si de Michoacán, algunos presumían conocerla y otros más compartían el secreto a voces de que estaba refugiada en la colonia Tierra Blanca, el suburbio más sangriento del Culiacán de entonces. En las fiestas y en la radio cada vez más mujeres pedían sin recato el rebautizado “Corrido de Camelia la Texana”. Hubo quienes ya no se conformaron con ser esposas, novias o amantes de “gomeros” e incursionaron en “el negocio” -como comenzaba a llamársele al narcotráfico-, sino a protagonizar sus propios corridos. A la par, surgían otras que empezaban a cantar los hechos de los mafiosos. La música fue el escenario para la armoniosa convivencia de aquellas mujeres bravas.
De Rosita Alvírez a Sandra Ávila
Año de 1900, en un barrio de Saltillo, Coahuila. Rosita Alvírez, hermosa, coqueta, gustosa de los bailes, se fue a un jolgorio ignorando las recomendaciones de su madre. Hipólito fue a esa fiesta y a Rosa se dirigió, como era la más bonita Rosita lo desairó y hasta ahí le llegó el corrido (como suele decirse en Sinaloa para referirse al fin de la vida). Hipólito sacó su pistola y no más tres tiros le dio. No más uno era de muerte.
A orillas del Río Bravo, en una hacienda escondida, Laurita mató a su novio porque ya no la quería y con otra iba a casarse nomás porque las podía. Laura Garza, la maestra de la escuela, se entregó a su novio Emilio Guerra. El tipo le salió con que ya tenía novia (Estela) pedida en matrimonio y su amor se había acabado; ella no aguantó el dolor de la vergüenza y la traición, de su abrigo sacó una escuadra cortita, con ella le dio seis tiros, luego se mató Laurita.
Las mujeres en los corridos terminaban inminentemente muertas. Sus intentos por rebelarse al destino eran castigados con la tragedia. Salvo en las canciones surgidas en la Revolución Mexicana (en 1910), donde la bravura de las soldaderas era premiada con la admiración y el amor de sus hombres, en todas las demás estaban destinadas a un sangriento final.
Eso venía desde “La Delgadina”, el romance español convertido en corrido, cuenta la historia de una niña abusada por su padre, que termina muerta de sed. La cama de Delgadina de ángeles esta rodeada. La cama del rey su padre de demonios apretada.
La historia fue así hasta la llegada de Camelia y con ella la advertencia: una hembra si quiere a un hombre por el puede dar la vida, pero hay que tener cuidado si esa hembra se encuentra herida. Igual a Laurita Garza, Camelia mató a su amante; a diferencia suya de Camelia nunca más se supo nada.
Enseguida llegaron Margarita la de Tijuana, Carmela la michoacana y Josefa la canadiense; la primera de nuevo en voz de Los Tigres del Norte, las otras dos con La Banda del Carro Rojo de los Hermanos Quintero.
De las alusiones a los lugares de origen se pasó a la moda de los vehículos; “La dama de la Suburban”, “La dama del Montecarlo” y “La camioneta gris” que traían bien arreglada Pedro Márquez y su novia.
Todas tenían un común denominador: eran bellas, bravas, hábiles para burlar a las corporaciones policíacas de México y Estados Unidos. Implacables con sus enemigos, no se tentaban el corazón para mandar matar a sus contrarios o liquidarlos ellas mismas.
Los años 80 y los 90 atestiguaron el éxito de las mujeres en la mafia. Ya eran muchas y Francisco Quintero, compositor de Los Ángeles, California, fue el primero en reconocerlo en “También las mujeres pueden” y además no andan con cosas. Cuando se enojan son fieras, esas caritas hermosas. Y con pistola en la mano, se vuelven repeligrosas. La canción la grabaron Los Tigres del Norte, en 1992, y fue un éxito. Seis años después, Jenny Rivera haría lo mismo.
Jenny Rivera dio voz a “Las chacalosas”, mafiosas de prosapia que reconocen Soy hija de un traficante, conozco bien las movidas, me críe entre la mafia grande. De la mejor mercancía me enseñó a vender mi padre.
El siglo veintiuno trajo consigo los corridos de las sinaloenses Enedina Arellano y Sandra Ávila Beltrán. Explosión Norteña canta cómo Enedina Arellano Félix tuvo que hacerse cargo del Cártel de Tijuana, a la muerte y encarcelamiento de sus hermanos Ramón y Benjamín. Los Tucanes de Tijuana cuentan como la astucia y el arrojo de Sandra Ávila la han llevado a controlar el lavado de dinero, desde Jalisco hasta Sonora y al sur de California, Estados Unidos. Ese control de la zona le ha ganado el apodo de “La reina del Pacífico”.
Si se pregunta a cualquier vendedor de discos, en los mercados de Culiacán, cuál es el corrido más nuevo de mujeres mafiosas, la respuesta es unánime: “el de La reina del Pacífico, con los Tucanes”. Por ciento veinte pesos, la más reciente historia musical de narcas es suya.
La ficción apunta al norte
El periodista y escritor español Arturo Pérez Reverte ha dicho que su novela La reina del sur se inspiró en el corrido de “Camelia la texana”, y que el personaje principal, Teresa Mendoza, surgió al ver a las muchachas que venden dólares en Culiacán.
En el cuadro comprendido entre las calles Juárez, Hidalgo, Galeana y Granados se encuentra “El mercadito”. Cual camaleón una placa se pierde entre anuncios, en ella se lee: Centro Comercial Rafael Buelna. Fundado en 1962. La gente le puso el diminutivo para diferenciarlo del Mercado Garmendia, el “Mercado grande” de la capital.
“El mercadito” ofrece una amplia gama de artículos. La oferta brinca de las frutas y verduras frescas a las alhajas; de los productos típicos de la región a la ropa de diseñador (Moschino, Louis Vuitton, Versace); de las tortillas a las botas y cintos de pieles exóticas, con precios que alcanzan cifras de cuatro ceros.
También están las tiendas que venden todo el equipo pa’ la siembra de la manzana, como eufemísticamente llaman al cultivo de enervantes: fertilizantes, aperos de labranza, mangueras, chalecos de camuflaje, cuatrimotos. Todo listo, nada más para poner las semillas.
En la calle Juárez, están las dolareras. Decenas de jovencitas de cuerpos curvilíneos, sin necesidad de gimnasio o cirugía. Todas traen pantalones, ajustadísimos, de mezclilla azul, blanca y negra, cual si fueran los colores oficiales. El pelo largo en rubio clarísimo o negro oscurísimo va lacio, -lacio baba, dice una-. El maquillaje es sobrecargado en ojos y labios. Las blusas entalladas y escotadas. Aretes, cadenas y pulseras de oro son de rigor, al igual que uñas falsas con decorados en pedrería -suaroskis, corrige la chica-. Calculadora en mano y una bolsa a la cintura –can-gu-re-ra, deletrea impaciente- completa su atuendo de trabajo, en ella esta la mercancía –puro billete verde- dice socarrona.
Como música de fondo se escuchan los corridos que salen de una de las tiendas de discos, imponiéndose al ruido vehicular.
- ¿Conoces el corrido de “La reina del sur?”
- ¡Claaaroo!
- Teresa Mendoza era “dolarera” como tú.
- Sí, yo no la conocí pero otras sí, dicen que ni era tan bonita. Bonitilla sin mucho chiste.
- Tú ¿cómo te llamas?
- ¡Ay! No, para qué quiere saber (sonrisas nerviosas y gesto que empieza a ponerse adusto)
- Nomás, para un trabajo que estoy haciendo.
- ¡Ay!, pues póngale como quiera.
Levanta la calculadora, en esta calle, sinónimo de dólar. Fin de la plática. Regresa a lo suyo olvidándose que de su cuello, entre un par de cadenas de oro trae otra con una placa que dice Yamileth.
No dio tiempo de decirle que cuando le cuenten que conocieron a Teresa Mendoza les aclare que no existió. Que cuando un escritor oyó el corrido de “Camelia la texana”, cantado por los Tigres del Norte, le surgió la idea e hizo La reina del sur y que a su vez el grupo le correspondió grabando un corrido al personaje.
No hubo oportunidad de decirle que Ángel González escribió “Contrabando y traición” inspirado por una amiga suya, llamada Camelia, y por Emilio Varela, su cuñado, que no la conoce. La musa, para colmo, ni vive ni vivió en Texas, sino en Los Ángeles, California.
No hubo forma de contarle que todo lo que dice “Contrabando y Traición” sólo ocurrió en la imaginación del compositor; que Margarita la de Tijuana, Carmela la michoacana, Josefa la canadiense y las damas de la Suburban y del Montecarlo tampoco existieron y sus autores las crearon , para aprovechar el éxito de Camelia.
Ni cómo platicarle que “Las monjitas” (dos muchachas autoapodadas Sor Juana y Sor Presa, vestidas de monjas, pasaban cocaína por California, diciendo que era leche en polvo para un orfanato) son un invento del compositor Francisco Quintero.
Autor igualmente de También las mujeres pueden, Quintero le aclaró al escritor y músico estadounidense Elijah Wald (para su libro Narcocorrido) que nada de lo que dice esta canción sucedió. Wald cita en voz de Quintero: “No, no, todo lo que yo hago es ficticio. Yo no me rozo con esa gente, porque rozarse con esa gente es peligroso”.
También las mujeres pueden comienza: En el Restaurant Durango, de la Puente, California, tres muchachas esperaban, procedentes de Colombia. Ahí quedaron de verse con las dos de Sinaloa. Excepto el Restaurant Durango, en el resto de toda la letra se sacrifica la verdad en aras de la rima.
El 2002 fue el año de “La reina del sur”. La novela y el corrido del mismo nombre tomaron por asalto librerías y discotecas. Por ese tiempo, el nombre de la sinaloense Sandra Ávila Beltrán saltaba a las páginas de los periódicos. Señalada como pieza clave en las redes del narcotráfico, citaban que el fuerte de sus negocios era el lavado de dinero y el control de las vías marítimas, para el tráfico de drogas de Colombia a Estados Unidos. Esta coincidencia con Teresa Mendoza bastó para que el imaginario popular hiciera el resto.
Las noticias sobre el poderío de Sandra Ávila parecían rebasar la ficción, hubo quienes dudaron de su existencia. Me gusta escuchar consejos, pero no me manden nada, cuando algo me sale mal, a mi nadie me regaña, canta su corrido.
El 6 de octubre del 2002, la Procuraduría General de la República (PGR) emitió el boletín 904. Consignaba la detención, en el aeropuerto de la capital mexicana, de las colombianas Martha Lucía Riveros y Liliana Bustamante Trujillo. Las empleadas de Sandra Ávila transportaban dos millones de dólares en sus maletas. Tras la detención la PGR aseguró 225 propiedades (casas, predios y empresas) de Sandra Ávila Beltrán, “quien también se hace llamar Sandra Ávila López, Sandra Luz Arrollo Ochoa, Karla Orozco Lizárraga, Andrea Medina Reyes o María Luisa Ávila Beltrán”. Buscada por la justicia de México y de Estados Unidos, esta sí resultó de verdad.
También de verdad es Enedina Arellano Félix. El 3 de febrero del 2007, el diario El Universal publicó el artículo Las mujeres de la mafia, escrito por Humberto Melgoza Vega, ahí asienta que, licenciada en economía, “Enedina Arellano, junto con su hermano Eduardo, médico cirujano de profesión, tuvieron que hacerse cargo de las operaciones del cártel no tanto por voluntad propia, sino más bien obligados por las circunstancias”.
Dicen los que dicen saber que en la familia Arellano Félix el nombre de Enedina se repite en todas las ramas del árbol genealógico. De ser cierto serían muchas Enedinas, como cierto es que en Sinaloa hay tantas verdaderas historias sobre el narcotráfico y sus protagonistas, como número de habitantes.
La otra lista de éxitos
Con su disco “Que me entierren con la banda” Jenny Rivera saltó a los primeros lugares en las listas de éxitos. La producción, del sello Fonovisa, contenía “También las mujeres pueden” y “Las chakalosas”; esta última, autoría de la propia intérprete, parece ser el primer corrido escrito por una mujer sobre las mafiosas.
Hija del cantante y productor musical Pedro Rivera. Hermana del también cantante Lupillo Rivera. Jenny estaba a punto de renunciar a su carrera artística, tras cinco discos que pasaron sin pena ni gloria, según ha contado su papá en diversas entrevistas.
Que me entierren con la banda, el álbum de despedida se convirtió en el principio de su triunfo. Hoy en día, los anunciadores la presentan como La primera dama del corrido.
Administradora de empresas, licenciada en bienes raíces, Jenny Rivera es, a decir de su padre y productor “la mujer que está vendiendo más discos”. Víctima de violencia doméstica, la también apodada Diva de la banda se declara una defensora de las mujeres. Audaz, ha grabado temas como “Parrandera, rebelde y atrevida”, “La socia” y “Se las voy a dar a otro”, pero son sus corridos a las mujeres de la mafia los mayores éxitos.
¿Jenny Rivera?. ¡Aah! Ella es palabras mayores, dice el encargado de una de las tiendas de discos de “El mercadito”.
Toma en sus manos uno de los compactos abiertos y aparece una foto de la Rivera con un traje que se advierte fino. Su sonrisa pícara y mirada coqueta suavizan la pistola que trae en mano.
- ¿Es la única que canta corridos de narcos?
- De narcos no, pero de narcas creo que sí. No hay muchas. Están Las palomas, el Dueto Río Bravo, Las Flores, Las Jilguerillas y Las Espuelas (puros duetos) y ya.
- Ellas no componen de narcos, no más cantan. La única cantautora de malandrinas es Jenny.
De enero del año 2000 a enero del 2007 murieron en Sinaloa 223 mujeres por causas dolosas, de acuerdo a cifras de la Procuraduría General de Justicia del Estado, del Centro para la Prevención y Atención de la Violencia Intrafamiliar y de los diarios locales. El número es impreciso, pero autoridades estiman que casi la mitad de los asesinatos se relaciona con el narcotráfico. Ellas todavía no tienen corridos.
Las cantantes de corridos perrones (como popularmente se les dice aquí a los narcocorridos) rebasan la decena de producciones en su trayectoria. Rara vez actúan en vivo y cuando lo hacen es en bailes alternando con grupos de mayor renombre. Sus grabaciones son para sellos regionales. No cuentan con el respaldo mercadotécnico de las transnacionales y se les nota, aunque no en lo que a cosechar ingresos se refiere.
En otra tienda, una señora, ya entrada en años, de pelo corto pintado en un tono rubio casi naranja, abre la vitrina de los discos a la vez que aclara “nada más tenemos dos de Las Jilguerillas, los demás están agotados”. Entrega una pieza y pide espéreme aquí, voy a la bodega a ver si me queda uno que trae puros corridos.
Confiando en la honradez del cliente, sale y lo deja solo en el lugar. A los minutos, un hombre se acerca, él también atiende aquí. Atento, escucha lo que busca el comprador. Hurga entre una pila de compactos, saca un paquete con tres discos de Las Palomas.
-Estas también son muy buenas, pero no tan conocidas como Jenny. De ellas no se sabe mucho. Son populares entre otra gente, no se si me entiende.
En lo que la vendedora del pelo casi naranja regresaba, su relevo tomó la plática:
-Todas estas (cantantes) son de aquí de Culiacán o de lugares circunvecinos. Venden mucho, muchísimo.. No les darán discos de oro o reconocimientos, pero ¡ah como venden! Ahorita, por ejemplo, de Las Jilguerillas nada más nos quedan dos discos y de Las Palomas este paquete. Del Dueto Río Bravo hay uno y de las otras nada, agotado. Están los (discos) de Jenny, pero es aparte, son compañías grandes. Éstas están con unas chicas, pero en ventas van parejas.
- ¿Cómo cuanto son muchos discos?
- Imagínese. Aquí traen diez mil y se acaban, más los que llevan a otros puntos de la ciudad, del estado, de Michoacán, Jalisco y todo el norte de México. Aparte lo que va a Estados Unidos, Los Ángeles, Chicago, la raza que está en Nueva York, todo se vende. Algunos discos ya no se encuentran y hay quienes ofrecen lo que les pida por ellos, porque traen algún corrido que les interesa en especial, o vaya usted a saber.
La industria discográfica se queja mundialmente de la piratería, pero aquí las mermas nada tienen que ver con falsificaciones. Aquí las ventas las tumba el ejército.
Desde su campaña, el presidente mexicano Felipe Calderón le declaró la guerra al narcotráfico; al llegar al Poder, a través del Ejército, implementó operativos en el estado de Michoacán, así como en las ciudades de Tijuana, Baja California, y Monterrey, en Nuevo León. Sinaloa no estuvo exento y también arribaron los convoyes de soldados, hace aproximadamente un mes.
En lo que pudiera parecer una contradicción, el vendedor lamenta que de Sinaloa la cara del narcotráfico interese más al exterior, pero también suelta la retahíla:
- Desde que llegó el ejército las ventas han caído como el 80 por ciento. Antes, diario llegaban aquí mínimo 35 Hummers, contaditas. En un día malo sacábamos 300 discos. Ahora no ve ni una Hummer, ni Escalade ni nada de eso, porque la gente “pesada” (la importante) anda en puro carrito chico, en bajo perfil. Así les pasan por las narices y ni quien les haga nada, a menos que sea consigna, eso ya se sabe. Y es que Calderón quiere quedar bien con los gringos, con los Estados Unidos. Se puso a destruir sembradíos sin haberle dado antes opciones a toda esa gente que se quedó desempleada. Esto se va a poner muy feo porque esos se van a ir a las gavillas, a los secuestros, a robar. Están acostumbrados a otros ingresos, a otros valores, y cuando no tengan dinero van a bajar a la ciudad, como quien sale a buscar alimento. Calderón no vio eso. Rompió el equilibrio.
La señora regresa con el prometido disco en mano. Era el último, lléveselo porque no lo encuentra fácil, es el de “Corridos Calientes” con Las Jilguerillas. Doce corridos de narcos. ¿Cómo dejar pasar la irrepetible oportunidad?
Dos señoras, como de 40 años, con vestidos color rosa con dorado, muchas cadenas y grandes arracadas de oro sonríen en la carátula. Son Imelda y Amparo, así, sin apellidos. En la tienda, para antojar al cliente, el vendedor había puesto en el estéreo algo de ellas, del Dueto Río Bravo y de Las Palomas. Todas tienen voz nasal, incluyendo a la Rivera, pareciera que es la tesitura ideal para cantar narcocorridos.
Ya fuera de la tienda llama la atención la ausencia de camionetas lujosas en estas calles, por las que diario transitan decenas, quizás cientos, de vehículos, cuyo valor en las agencias se dice en dólares.
De la discoteca se alcanza a escuchar el canto de una mujer: Adiós les dicen, las chakas se van para Culiacán, o con rumbo pa’ Durango, tal vez para Michoacán, de dónde son éstas morras, la verdad no la sabrán.
Marisa Pineda.- Es del mero Sinaloa. Fanática de la lucha libre. Adicta a los chocolates. Le gusta el café, la comida chatarra, las flores, el vino blanco, leer, la música y los viernes. También ver televisión; los programas policíacos, de asesinos seriales y las caricaturas (Don Gato y Los Simpson) están en sus favoritos. Del cine prefiere las películas bobas con final feliz, las de Mauricio Garcés, las de Pedro Infante y la trilogía de El Padrino. Cree en la reencarnación y en el poder de la fe. Es totalmente neurótica y peligrosamente despistada.
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